Ningún ser humano ha viajado tanto por el mundo con un destino tan incierto como muchos de los objetos de arte que podemos ver en los museos, heredar o comprar en un anticuario, subastas y mercadillos. Según la época en la que fueron creados, han pasado a lo largo de los tiempos por mas o menos dueños y han conocido más o menos países. En cualquier caso, seguir la pista a alguno de ellos es fascinante.
Las razones por las que estos objetos viajan sin cesar son tan diversas como las vueltas al mundo que pueden llegar a dar. Encontramos razones de tanto impacto histórico como una revolución, un cambio de dinastía o una guerra. Pero también hayamos razones más crematísticas como expolios, herencias repartidas, necesidad de dinero de los propietarios o el comercio entre países. A veces, algo tan aparentemente frívolo como la moda de turno provoca una nueva peripecia en la larga vida de nuestros objetos de arte.
Cualquier objeto decorativo, ya sea un cuadro, un mueble, un tapiz… puede ser el protagonista de uno de estos viajes y no es extraño encontrar en un mercadillo de Nueva York un vaso ruso conmemorando la coronación del último zar de Rusia, o adquirir una porcelana china en Sudáfrica, un mueble ingles en Argentina o una alfombra persa en el Rastro de Madrid.
A veces resulta complicado seguir el rastro de algunos objetos, que han saltado de país en país y de mano en mano durante mucho tiempo. La pintura es de todos los objetos viajeros al que más se le puede seguir la pista, primero por su facilidad de transportar, segundo porque han aguantado mejor el paso del tiempo, (restauraciones, repintes, limpiezas…) y tercero por su valor monetario siempre más alto que cualquier otro objeto de arte.
Viajeros impasibles, ver, oír y callar, aunque todos y cada uno de ellos nos cuentan la historia, la sensibilidad y los anhelos de nuestras civilizaciones.