Cuando hace dos millones de años, el Homo Habilis usó la piedra por primera vez para manipular su entorno y sobrevivir no sabía que estaba sentando las bases de una nueva civilización que tardaría en llegar miles de años. Fue el Homo Sapiens, nuestro predecesor, el primero que dio un paso más allá, transformando los objetos útiles en objetos de placer.
A lo largo de las diferentes civilizaciones y culturas que han poblado la tierra, los objetos han ido evolucionando en un largo proceso de creatividad, en el que se han tejido los cambios en los usos, creencias y costumbres, que nos han traído hasta nuestros días.
Los objetos “viejos” se convierten en antigüedades cuando se aprecian como obras de arte, cuando tienen algo especial, ya sea por la excelencia en la calidad de sus materiales o por la precisión y pericia con la que fue manejado por el artesano. En definitiva, arte con alma del tiempo y del artesano que con sus manos ha creado esa obra de belleza singular que encierra en su interior su propia alma. Paradójicamente, durante muchos siglos, el nombre del artesano cayó en el olvido y el recuerdo de los objetos quedó ligado al nombre del hombre poderoso que lo encargó.
Durante toda la historia, las obras de arte tenían un precio desorbitado y
solo estaban al alcance de los que tenían el poder: los reyes, la aristocracia y la iglesia. A partir del siglo XVIII, la cultura y el arte se extienden a otros sectores de la sociedad, poniéndose por primera vez de moda el mercado de antigüedades para abastecer a esa demanda creciente de personas con sensibilidad para apreciarlas. Surgen así los primeros coleccionistas, buscadores de tesoros o expertos de museos.
Mientras, el pueblo llano, sin capacidad de acceder a un mercado tan elitista, transmite de padres a hijos esos objetos de gran valor sentimental y poco valor monetario que han traspasado fronteras y transcendido a generaciones para convertirse hoy en autenticas joyas, fieles representantes del arte popular.
La llegada de la burguesía lo cambia todo. Nacen las manufacturas y las colonias del nuevo mundo permiten acceder a precios asequibles a materiales que hasta ese momento resultaban prohibitivos. Empieza la fabricación a gran escala de todo tipo de muebles y objetos para la vida diaria para un gran público, con buen diseño y calidad. El mejor ejemplo es la prolífica artesanía de la época Victoriana.
Las antigüedades que podemos encontrar hoy en el mercado están al alcance de todos los que sepan “mirar”. Ha dejado de ser algo elitista. Además, el valor de un objeto antiguo es muy subjetivo, ya que desde el siglo XX el mundo de la tecnología ha abierto un mercado de objetos electrónicos, a estas alturas ya considerados como antigüedades, que son otro mundo fuera del objeto convencional en el mercado del arte.